El siguiente art€culo ha sido extraído del Juego de herramientas para probar la Hipótesis Incre€ble de D.E. Harding, cuya edición está actualmente agotada.
Lejos de requerir o inducir algún estado asemejado al trance y
el retiro temporal del mundo y de la gente, más bien agudiza la
apreciación de lo que ocurre a tu alrededor. Te sientes más
vivo y alerta: en verdad eres la vista, sin perderte en ella. No es cuando
miras al vidente, sino cuando lo pasa por alto, que lo visto se oscurece
y distorsiona. No sólo el mundo "externo", sino también
tu mundo "interno" de estados sicológicos, se empaña cuando
ignoras al Intimo que los envuelve y a la vez yace debajo de ellos.
La visión inicial te provee con la habilidad de renovarla. Ya que
la ausencia de cosas aquí es tan llanamente visible y fríamente
factual como su presencia allí, esta ausencia se puede ver inmediatamente,
a cualquier hora, a voluntad. Al contrario de lo que ocurre con las ideas
y sentimientos, puedes disponer de esta sencilla visión cuando
más la necesitas, por ejemplo cuando estás agitado o preocupado.
Está a la mano para lidiar con los problemas en el momento y lugar
en que surgen.
Esta meditación no requiere posturas ni habilidades físicas
especiales. Por otra parte, sus efectos físicos pueden ser muy
notables. Típicamente, incluyen un estado de alerta quietud, y
una relajación muscular que energiza en vez de debilitar; la respiración
se vuelve más pausada, y el cuello y espalda se enderezan. La piel
tiende a mejorar, los ojos a brillar y el cuerpo a tonificarse. Por supuesto,
quizás te sea más fácil empezar por el lado físico,
es decir, cuando te sientes, te sientas derecho: esto de hecho te puede
ayudar a ver quién es el que se sienta derecho.
No hay ocasión en que esta meditación resulte inapropiada,
momentos en que puedas abandonar la posición de la primera persona
sin correr peligro alguno. Al final terminas quedándote en casa,
donde continúa ininterrumpidamente, aunque a veces sin sobresalir,
como el acompañamiento del bajo en la música.
Así, tu vida no se divide en dos compartimientos, uno consciente
del Yo (interior, meditativo, religioso), y el otro inconsciente del Yo
(exterior, discursivo, secular), separados por grandes distancias, difíciles
de unir y reconciliar.
Mientras dura, esta meditación es del orden de todo o nada (de
hecho, Todo o Nada), y no se puede hacer mal. No puedes ver media ausencia,
o medio verla. O ves qué es central en ti, o lo estás pasando
por alto.
Esta meditación, ciertamente, no es en sí misma una experiencia
mística o religiosa, o de euforia, ni una repentina explosión
de amor universal o conciencia cósmica, ni ningún tipo de
sentimiento, pensamiento, o intuición. Por lo contrario, carece
absolutamente de rasgos, es incolora, neutra. Consiste en contemplar la
pura, quieta, fresca y transparente fuente, y simultáneamente desde
ella, el bullente y turbulento mundo, sin ser arrastrado hacia ese mundo.
Puedes asegurarte tu amplia ración de experiencias místicas
o espirituales no al nadar río abajo en pos de ellas, sino sólo
al notar que te encuentras para siempre río arriba en relación
a todas ellas, y que solamente pueden ser difrutadas allí desde
su fuente en ti.
Es cierto que la visión inicial de tu fuente puede presentarse
como una fulgurante y estremecedora revelación: ¿y qué
otro evento en tu vida, ciertamente, merece mayor celebración?
Pero los fuegos artificiales no son necesarios, y el espectáculo,
en cualquier caso, pronto se esfuma. Muchos (si no la mayoría)
de los practicantes serios de esta meditación han llegado a ella
sosegadamente, con comentarios como "¡por supuesto, si así
es aquí!". Todo depende de tu temperamento individual, de tu formación
y expectativas cultural-religiosas, y por encima de todo, de cúanta
tensión, cuánto estrés sicológico hayas acumulado,ya
sea sin intención, en el curso de la vida diaria, o deliberadamente,
mediante disciplinas religiosas y prácticas de meditación
especiales.
Cierto es, también, que los días, semanas o meses que siguen
a tu visión inicial (haya llegado ésta explosivamente o
no) pueden estar llenos de dicha y liviandad. Te sientes como recién
nacido en un nuevo mundo. Pero antes temprano que tarde, ay, todo esto
se desvanece, para tu gran sorpresa y desilusión. "¡No me
hace nada!". Surge entonces la tentación de abandonar la meditación,
bajo la errónea impresión de que has perdido la habilidad.
De hecho, si persistes de todos modos, llegarás a valorarla menos
por sus apetitosos pero incidentales frutos que por sí misma, por
su llana e insabora verdad, por lo que ciertamente no te hace en vez de
por lo que te solía hacer: y esto es un gran avance. Al empezar
a perder interés por los frutos, te asegurarás de que así
crezcan saludablemente, sin ser observados ni perturbados, y de que maduren
a su tiempo. Mientras tanto, y siempre, lo único que te debe interesar
es alimentar su raíz.
Sólo en esta raíz y como esta raíz, somos todos uno
y el mismo por siempre. Esta meditación te une infaliblemente a
todas las criaturas en el único lugar donde todo converge, donde
por fin nos descargamos completamente de nuestras peculiaridades manifiestas,
y de los sentimientos y pensamientos ocultos que nos distinguen y dividen.
El vacío, precisamente porque es realmente vacío, es idéntico
en todos los seres en todas partes y en todo momento. Si se pudiese experimentar
como amoroso en mí, brillante en ti, y particularmente vacío
en él, serviría sólo para separarnos aún más.
Pero en verdad tú, él y yo somos el mismo, y sin la menor
duda ni ansiedad, encontrarás inmediatamente el único lugar
donde nada se interpone entre nosotros.
Una grata consecuencia de esta meditación es que entre aquéllos
que la practican fielmente no pueden existir jerarquías, ni gurúes
o chelas, ni competencia espiritual e intimidación. Ciertamente,
¿qué otra firme base para la igualdad humana (por no decir
democracia) puede existir sino ésta, nuestra identidad común?
No se logra nada, sólo se descubre. Y lo que descubres te llena
de humildad: cuando realmente ves la nada que eres (en vez de sólo
imaginarla o creer en ella), no puedes dudar más. Sólo esto
te arma de convicción. Aquí está el único
lugar, el lugar donde eres real y no una forma, y el cual está
claramente libre de egotismo o cualquier otra cosa; en una palabra, libre.
Esta meditación es segura, no sólo porque no la puedes malograr,
no sólo porque evita la dependencia de otros por una parte y el
orgullo personal por la otra, sino también porque no es artificiosa.
No hay nada de arbitrario o caprichoso en ella, nada que abuse de tu credulidad,
nada que pueda salir mal, nada que te separe de la gente común,
nada especial. Es segura porque se trata de descubrir cómo son
las cosas, y no de manipularlas. ¿Qué podría ser
menos peligroso que dejar de engañarte con respecto a ti mismo?
¿O más peligroso que continuar haciéndolo??
Aunque notoriamente natural desde el comienzo, esta meditación
se vuelve más natural aún, y al final completamente natural.
Al principio necesitarás probablemente de pequeños recordatorios
para aclararte la vista, tales como contar tus ojos (¿qué
ojos?) y colocarte cara a "no cara" con un amigo. Pero al cabo de un tiempo
(no necesariamente contado en años) prescindirás de estos
artificios: la primera persona se convierte en segunda naturaleza (o tu
primera naturaleza recuperada) y lo último que harás es
andar por ahí preocupado por fijarte de que no tienes cara. Es
mucho más simple, es más como descansar en tu hogar, en
el aire maravillosamente diáfano de tu hogar, sin pensar en ello
en absoluto. Así como un hombre no se detiene en el vestíbulo
a estudiar la puerta por la que acaba de pasar, sino que prosigue para
disfrutar de las comodidades de adentro, asimismo pasas tú a disfrutar
de la inmensidad dentro de ti, y las puertecillas que te conducen a ella
vienen a ser reconocidas como triviales y temporales artificios; artimañas,
realmente. (Muchos de los recursos de las religiones tradicionales son
tan complicados, misteriosos, bellos o impresionantes, que distraen tu
atención del propósito fundamental, y los medios terminan
reemplazando el fin. Se guarda la esperanza de que la obvia trivialidad
de nuestros artefactos los haga menos propicios a que, con el curso de
los siglos, se conviertan en objetos sagrados a los que se les atribuya
valor por sí mismos.)
Esta meditación no excluye ni necesariamente interfiere con ningún
otro tipo de meditación que te parezca provechosa, tal como la
práctica de sentarse o zazen. Lo que sí descarta es la meditación
que presume que el meditador no está ya en su hogar.
Ya que esta meditación es completamente ordinaria, secular, simple,
obvia, común, y como justamente no hay nada que aprender, no se
necesita guía experta, ni manuales de meditación o maestros,
ni elegir angustiosamente entre sus sistemas frecuentemente conflictivos;
tampoco hay que cazar al Maestro infalible, ya que vemos que El se encuentra
justo donde tú ya estás. Por otra parte, la compañía
de amigos que practican esta meditación resulta a la vez provechosa
y agradable.
Y al principio la ayuda de un amigo es prácticamente indispensable.
Es raro que la visión inicial ocurra espontáneamente: casi
todos se inician en esta meditación con la ayuda de alguien que
ya la practica, ya que la condición es sumamente contagiosa, una
transmisión directa de persona a persona. Los libros han mostrado
ser casi, si no completamente, incapaces de realizar esta transmisión;
su trabajo consiste en despertar el deseo de descubrir quién está
leyendo el libro, y confirmar el descubrimiento una vez que ya se ha hecho.
Pero te toca a ti decir.
El principio de esta meditación es: no pierdas de vista a tu Yo
en ninguna circunstancia, y tus problemas se resolverán, incluyendo,
extraño sea decirlo, el problema de la exagerada conciencia de
sí mismo. Porque, encontrar el Yo es perder el yo. Nuestra meditación
cura la turbación, pero no conduciéndote a perderte dentro
del mundo objetivo, sino capacitándote a descubrirte a ti mismo
como su recipiente.
Como persona inconsistente y difícil de complacer que eres, exiges
una meditación que te separe de todas las criaturas y a la vez
te una a ellas, que te reduzca absolutamente y a la vez te exalte absolutamente,
que te haga completamente presente y consciente de ti mismo y a la vez
completamente ausente, sin acordarte de ti mismo, que te dé descanso
y a la vez te inspire a la acción, que no tenga objeto y a la vez
tenga propósito, que te deje sin nada que hacer porque ya llegaste
a la meta y a la vez todo por hacer porque aún estás en
el comienzo. Lo que se busca, en breve, es una meditación que reconcilie
todas tus contradicciones internas. ¡Mucho pedir! No obstante, maravilla
de las maravillas, ésta es justamente la meditación que
ofrece nuestra hipótesis ["Más cerca está El que
la respiración, y más próximo que las manos y los
pies"], si se lleva a la práctica diariamente.
Puedes continuar incansablemente con esta meditación porque es
sumamente interesante, y es sumamente interesante porque se trata del
descubrimiento, siempre nuevo, de lo que, después de todo, más
te importa. Si este Sujeto no es asunto tuyo, ¿qué es? No
sería de sorprender que cualquier otro sujeto de meditación
resultara al final incapaz de retener tu atención. En cambio, ¿cómo
puede la verdadera historia, este verdadero corazón tuyo, siempre
el mismo y a la vez siempre fascinantemente nuevo, ser opacado o fallarte?
¿Cómo puedes jamás llegar al final de su indescriptible
y arrobador misterio?
Por encima de todo esta meditación, a la manera de Jano, mira en ambas direcciones. Al mirar simultáneamente hacia adentro, al vidente, y hacia afuera, a lo visto, le abre paso y confiere sentido a lo visto, ya que no interpone nada en su camino, y le da prioridad a esta nada. Si buscas a la primera persona, la tercera te será añadida. Si buscas a la tercera, incluso a ésta la perderás.